sábado, 9 de agosto de 2008

'El Tamborilero del Bolero', de Patrice Leconte


El archiconocido ‘Bolero’, un tema de música clásica compuesto por Maurice Ravel (1875-1937), dio lugar a uno de mis cortometrajes preferidos de todos los tiempos. Se titula ‘El Tamborilero del Bolero’, y data de 1992. Dura 8 minutos, lo que dura la canción que sirve de eje temático al corto, y está dirigido e ideado por Patrice Leconte, un cineasta francés que años más tarde antes se hizo famoso a escala internacional por la ingeniosa comedia ‘La cena de los idiotas’ la conmovedora ‘El Marido de la Peluquera’.

Este cortometraje es un homenaje al Bolero, pero también a Jacques Villeret, protagonista único de la historia, y un actorazo que deja con la boca abierta. Es un impresionante plano secuencia donde una orquesta ejecuta el susodicho tema, pero no sale en el plano. Villeret interpreta al tamborilero de la orquesta, al que desempeña el rol más monótono pero a la vez fundamental. Los demás instrumentistas van a seguir su ritmo, pero van a destacar más.

Se muestra una creación del arte de una forma rutinaria, pasiva, falta de ganas o de una especial motivación. Villeret actúa magistralmente para que veamos cómo piensa en otras cosas, se cansa, se resigna, y observa con desdén cómo él está en un segundo plano, falto de fuerzas (sobretodo psicológicas) para resistir la lucha que es aguantar el tema hasta el final. Es curioso cómo mira de soslayo a la chica del bombo como buscando su aprobación y/o interés, o cómo hace guiños a la cámara, consciente de que le están filmando. Al término del tema, el director de orquesta se llevará los aplausos y él, que ha manejado el ritmo de principio a fin, es un simple ejecutor, como un obrero que cumple a la perfección su trabajo pero sin demostrarle nada a nadie.

El tamborilero del Bolero’ es pura sugerencia, es una brillante alegoría de nuestro lugar en el mundo, de la sociedad jerarquizada en la que vivimos. El tamborilero es un hormiga que lleva comida al hormiguero y desempeña su función en la humanidad, pero también es el oficinista que hace horas extras para que los dueños de la empresa puedan ganar cada vez más dinero y tumbarse en el sofá. Consigue además que el tema de Ravel, que a mí personalmente me encanta, nos parezca de repente algo estruendoso y reiterativo, una obra de arte a duras penas y a costa de intérpretes como Villeret, cuyo tambor es indispensable pero con la falsa apariencia de intrascendente. Impactante cortometraje, que refuerza la afirmación de que el cine puede calar hondo en el espectador sean cuales sean los recursos de expresión.





sencillamente... Pablo




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